Más allá del Goce Femenino


Dijo entonces Adán: “Esto es ahora hueso de mis
huesos y carne de mi carne; ésta será llamada
Varona, porque del varón fue tomada”.
Génesis 2. 23-24


En el presente artículo intentare esbozar algunas ideas en torno a lo que el mundo significa como mujer. Ideas de donde las interrogantes en sí parecen carecer de toda estructura lógica y que en más de una ocasión solo han terminado siendo formuladas en esas, sus forcluidas vertientes. Es en este peregrino devenir de donde la soledad y el silencio se perciben como un anacronico conjunto de dilemas: ¿Podremos comprender en sí a la mujer?. ¿Hay un goce verdadero en aquello que no comprendemos?. ¿Qué quiere en sí? o ¿Existe verdaderamente la mujer?. Son enigmas tácitos de una cultura que se resiste a ser humana en tanto desee su totalidad. Enigmas que tal vez no encuentren respuestas en la comprensión del discurso, sino tal vez… en el sentir del mismo.

La mujer sin duda alguna ha estado ligada al hombre desde los primeros años de su existencia. Incluso hoy en día nos vemos rodeados de diferentes mitos y leyendas que dan explicación a ese origen y del cómo la mujer encuentra su papel en relación a ese ser denominado hombre. Por otro lado, los diferentes trabajos que se han ido tejiendo en torno a tal definición han sido bastos y de poco carácter, en sí, convincentes. “La mujer es mujer en virtud de cierta falta de cualidades -decía Aristóteles-. y debemos considerar el carácter de las mujeres como adoleciente de una imperfección natural”. "Existe un principio bueno que creó el orden, la luz y el hombre, y un principio malo que creó el caos, la oscuridad y la mujer"- manifestaba Pitágoras. Siglos después Santo Tomás de Aquino decretaría: “la mujer es un hombre fallido, un ser ocasional”. Ello incluso también podremos encontrarlo simbolizado en la historia del Génesis, de donde Eva aparece como extraída, según frase de Bossuet, de un “hueso supernumerario” de Adán.

Simone de la Beauvoir en su libro “El segundo Sexo” da una crítica acérrima en torno a cómo la mujer a sido arrastrada silenciosamente a un mero deseo masculino. Parte de la premisa de que el hombre considera su cuerpo como una relación directa y normal con el mundo que él cree “aprehender” y comprender en su objetividad, es por ello que el segundo sexo a lo largo de la historia derivó, y deriva hasta nuestros días, de la raíz significante del Otro. De la Beauvoir llegaría a decir:

“La Humanidad es macho, y el hombre define a la mujer no en sí misma, sino con relación a él; no la considera como un ser autónomo… para él, ella es sexo; por consiguiente, lo es absolutamente. La mujer se determina y se diferencia con relación al hombre, y no este con relación a ella; la mujer es lo inesencial frente a lo esencial. El es el Sujeto, él es lo Absoluto; ella es lo Otro”.
(De la Beauvoir; 1981: 1)


Existe un trabajo realizado el 2007 por dos investigadores de la Universidad de Córdoba en la cual se discute acerca de la construcción discursiva de la mujer argentina de los años 90; es decir analizar el constructo de “la mujer ideal” desde la perspectiva del otro como totalizador del esquema cultural. Dicha vía de análisis establece que las revistas femeninas construían una mujer alienada al Otro y al consumo como garante del sentido de lo que “significa ser una mujer”. La mujer se construye, en ese sentido, como un ser que busca alcanzar la completud de un “ser mujer” a partir de la búsqueda de un saber en el otro. Construida como el todo, como una, la mujer aparece en relación a un Otro garante y totalizador del sentido. Es aquí, en esta dialéctica de lo significado, donde el psicoanálisis nos invita a pensar en la imposibilidad de totalizar a la mujer, y con ella misma, a una fractura en el garante de construir una identidad plena.

En el orden simbólico del discurso la mujer, en tanto tal, no ha sido reconocida por el hombre (falocentrismo, patriarcado, conocimiento universal, occidentalismo); negar tal estructura simbólica implicaría clandestinizar las vertientes de nuestro propio destino(1). El hombre por su parte si encuentra un goce en ese su mundo, porque lo que desea e identifica si encuentra un sentido pleno dentro del discurso. Los limites del lenguaje son los limites del ser cognoscente; y si la feminidad es un significado sin significantes dentro de los sistemas simbólicos universales, entonces la mujer, como bien enunciaba Lacan, no ex-iste(2).

Lacan al proclamar que “la mujer no existe” no implicaba que las mujeres no existan en sí, sino que el estatus de la mujer como escala absoluta y garantizadora de fantasías es falsa: Ya que "el falo es el primer significante", la feminidad como categoría cultural no tiene el mismo poder de realidad que la masculinidad. Cave recalcar en ello que estos términos simbólicos se plantean como posiciones del lenguaje que tienen el carácter de ser ocupadas por cualquier sujeto, la misma existencia de mujeres fálicas así lo señala(3). En el propio caso de la mujer su exclusión cultural está determinada por la naturaleza misma de las cosas.

“No hay mujer que no esté excluida por la naturaleza de las cosas, que es la misma naturaleza de las palabras; y puede decirse que si ellas se quejan de algo en estos momentos, es de esto de lo que se quejan; pero ellas no saben de qué se están quejando, esa es la única diferencia entre ellas y yo” (Lacan, 1986: 5)

Es en esta escisión donde articulamos una nueva premisa. El concepto que hace a la mujer “no toda”. Aquel que adolece a lo que dictamina el discurso, Aquel que según la naturaleza misma de las cosas tiene la necesidad de excluir lo femenino.

Copjec plantea, en su famosa formulación del no-todo femenino, de que no existe una totalidad, que la mujer es no-toda o de que no es Una, es una respuesta no sólo a la pregunta por el ser femenino sino por el ser en tanto tal: “Ambos se resisten a ser congregados en un todo”.Para Julia Kristeva esta resistencia deriva de que la mujer sería ese vacío incontrolable, peligroso, desestabilizador para el hombre. Kristeva menciona que la mujer es un "contenido sin continente" esparciéndose por el mundo, rechazando lo estructurado, lo significado, lo definido. Las mujeres se enfrentan al conflicto de ese querer saber, de ese buscar ser, y ninguna de ellas aguanta ser no toda; a la postre, cometeríamos un error al no distinguir que es el significante tácito de la mujer quien nos invita a este dilema enigmático del no ser todo.

El concepto desestructurante de la feminidad no compromete a la mujer en el no estar del todo, esta de lleno allí con un significante que “la designa” como tal, en tanto ella no se designe así misma; sin embargo no dejamos de encontrar que hay algo de más en esta su naturaleza. Con ello vislumbramos la existencia tácita de un “no todo” deviniente, de un goce suplementario respecto a lo que designa como goce la función fálica, una naturaleza que de por si implica un universo que va mas allá de su propio entendimiento.

“Hay un goce de ella, de esa ella que no existe y nada significa. Hay un goce suyo del cual quizá nada sabe ella misma, a no ser que lo siente: eso sí lo sabe. Lo sabe, desde luego, cuando ocurre”. (Lacan, 1986: 5)

El goce femenino a de hacerse manifiesto en la medida en que la mujer, como tal, abandone la vieja empresa del buscar lo estructurado; y que por el contrario, esta se encuentre dispuesta a estar conectada con el sentir de su propia naturaleza. Es de allí, de ese goce que se encubre allí y del que nada se sabe, que la mujer encuentra la plenitud de su propio ser(4). Ello nos permite ver mas claramente el porque a través de los años este secreto se a encontrado vinculado como un síntoma de lo no manifiesto, como esa falta de conciencia vinculada con el sentir de la propia fe, y que hoy, los grandes mitos de la historia, así nos lo confirman.

Hesiodo al mitificar la historia de Pandora, conocida como la primera mujer sobre la tierra, recitaría: “Y puso a esta mujer el nombre de Pandora, porque todos los que poseen las mansiones olímpicas le concedieron un regalo, perdición para los hombres que se alimentan de pan”. Lo que los Dioses le concedieron en si, a esta primera mujer sobre la tierra, fueron las cualidades divinas de las que los hombres poco saben y nada comprenden; misterio tormentoso para aquellos que solo se alimentan de pan. No solo con ello, Pandora trajo consigo una caja que la suplementaba eternamente y de la cual debía cuidar de ser abierta.

En los textos cristianos curiosamente también encontramos que es Dios quien le entrega a Adán una compañera; y que producto de aquel goce divino, este es tentado a comer del fruto prohibido. Los escritos bíblicos al respecto nos dicen: “La mujer vio que el fruto del árbol era hermoso, y le dieron ganas de comerlo y de llegar a tener entendimiento”. Fruto que según palabras de Eva, escuchadas por Dios, moriría todo aquel que lo comiese (Acto que no sucedió), y que según las tentaciones de la serpiente, podrían ser fuente de un conocimiento que les permitiera distinguir entre lo bueno y lo malo; fuente de un conocimiento supremo que los elevaría a la categoría de ser como Dios.

En el texto egipcio del mito sobre los hermanos “Anubis y Bata” encontramos: “Y Khnum le hizo una compañera cuyos miembros eran más hermosos que los de todas las mujeres de la tierra y que contenía con ella todos los bienes” La continuación de la historia nos muestra como esta mujer, hecha por el Dios Khum y regalo ofrecido por el mismo Dios Ra, le acarrearía el mal a su propio esposo.

Tanto Eva como Pandora representan el origen de los males humanos, que para nuestro entender, no es más que un miedo incontrolable a aquello de lo cual no nos sentimos en la plena capacidad de poder comprender, y sobre todo, de “poder contener”. Un conocimiento nuevo de un lenguaje totalmente diferente al nuestro; un viejo paradigma del cual muchos ya han huido horrorizados; una verdad que es nuestra, que esta allí, que se manifiesta, y que sin embargo, aún no estamos del todo maduros como civilización para poder asimilarla.


“Ese goce que se siente y del que nada se sabe ¿no es acaso lo que nos encamina hacia la ex-sistencia? ¿Y por qué no interpretar una faz del Otro, la faz de Dios, como lo que tiene de soporte al goce femenino? Como todo eso se produce gracias al ser de la significancia, y como ese ser no tiene más lugar que el lugar del Otro,…. se ve el estrabismo de lo que ocurre.” (Lacan, 1986: 6)

La naturaleza de la feminidad, en esencia, pertenece a ese espacio infinito de donde lo simbólico se pierde con el tiempo; en donde solo nos queda fluir, y estar en contacto con la vida. Si la mujer simplemente sintiese este goce, sin saber nada de él, y se conecte epifanicamente alrededor de él, siendo verdaderamente autentica y espontánea, podría albergarse muchas dudas en torno a lo que ella quiere y siente en realidad.

La mujer no puede ser comprendida en tanto no pueda ser contenida, ya que ese goce concebido no nació en esencia para ser ofrecido, sino para sentirse. No nació para el hombre, nació para ser dueña de si misma; y es en ese devenir, que el hombre esta invitado a contemplar el regalo más bello que nos ofrece la vida. Esa es la reflexión que nos queda, que nos invita a estar en contacto con aquel goce sublime del ser mujer, con aquel acto divino,…con aquella férrea fe,…con ese sentir,…con ese…placer…
A Eutherpe


Nota:
(1) El objeto de la modernidad es satisfacer al máximo los deseos humanos. La sexualidad por su parte, producto del discurso narcisista, va rumbo a la enajenación de su propio objeto, y por lo tanto, a la propia deshumanización del mismo.

(2) Lacan dice: "la mujer no ex-iste". La palabra existe, así cortada, intenta explicar que el ser viril se manifiesta en una proyección (Es pues un símbolo fálico). Y como la mujer es cóncava, simplemente no puede proyectarse, llevando como consecuencia su no ex-istencia. Es por ello que Lacan enunciaría que la sexualidad femenina es quizás “el rostro escondido de Dios”.

(3) En el caso de los hombres, el hecho mismo de ser hombres no quita que no puedan colocarse también del lado del no-todo. Hay hombres que se encuentran en esa ubicación simbólica no significando por ello la presencia de rasgos homosexuales (La función fálica no impide a los hombres ser homosexuales, sin embargo les sirve igualmente para situarse como hombres y abordar a la mujer). Es en esta ubicación en la cual se abandona como goce la función fálica.

(4) Al final de la partida, tanto el hombre como la mujer, absuelven sus dudas en torno a la esencia misma de los distintos paradigmas de su ser.

1 comentario:

Unknown dijo...

A veces pienso que no existimos, tal vez en algún momento.