El Hilo de Ariadna

Por: Eduardo Serrano


Al amor de mi herida...

“Dios reside en el interior de todo hombre,
pero pocos lo saben encontrar”

Bhagavadgita

El hilo de Ariadna, según las tradiciones órficas, fue un conjunto de cantos utilizados por la doctrina pitagórica, para la iniciación de sus discípulos en la cosmogonía epifaníca del ser. Los cantos estaban divididos en tres partes: El Minotauro; el hilo de Ariadna; y el eterno retorno. Cada uno de ellos representa el proceso de transmutación de la conciencia en espíritu activo.

El Minotauro es producto de un castigo impuesto por el Dios Poseidón, el cual regaló un toro blanco al rey Minos con el fin de que este fuera sacrificado en su nombre. El monarca al ver tan bello ejemplar se negó a ofrendarlo, y Poseidón, ofendido por la acción de Minos, hizo que la reina Pasifae engendrara a un hijo, fruto de la relación amorosa con el animal, el cual sería conocido como Minotauro.

Años después, Dédalo, uno de los inventores y genios más famosos de la época, construyo un laberinto, a pedido del rey, en el cual se destinaba a ser encerrada la bestia. Dédalo al terminar su obra fue el primero en ser arrojado al laberinto a fin de que no revelase los posibles secretos que en él guardaba, pero antes de tal hecho el secreto le fue confiado sólo a una persona, a la hija mayor del rey, Ariadna. Es por ello que a partir de la fuga de Dédalo, ella pasaría a ser conocida como la “señora del laberinto”.

El segundo canto narra las aventuras de Teseo y su llegada a la isla de Creta, en busca de la cabeza del Minotauro. Ariadna, decidida a salvar al famoso héroe, le entrego un ovillo de hilo para que el laberinto perdiera por completo su secreto, y así Teseo pudiera escapar vivo de la isla. La princesa cretense empezaba a enamorarse perdidamente de él, y él le ofreció todo tipo de promesas que un hombre puede hacerle a una mujer. El destino de Teseo estaba escrito, mato al Minotaruro y se llevo consigo a Ariadna hasta la isla de Naxos, en la cual se celebro hasta el amanecer la gloria del héroe. A la mañana siguiente, Teseo abandona a su prometida, mientras ella dormía en la playa. El canto termina con la maldición de Ariadna hecha a su amado.

El tercer canto inicia con la aparición de la diosa Afrodita, la cual se compadece del infortunio de la princesa. Acudió a su llamado, y la consoló; le prometió la pronta aparición de un esposo inmortal y la felicidad eterna. Después de escuchar a la Diosa, Ariadna entro en un profundo sueño. Ella se encontraba durmiendo en la playa, cuando fue vista por el dios Dionisio, que tan sólo con contemplar sus hermosos cabellos, quedo completamente enamorado de ella. La hizo su esposa y le ofreció como regalo de bodas una hermosísima corona de oro incrustada con piedras preciosas. A lo largo de su matrimonio tuvieron cuatro hijos, hasta que un día Ariadna, envejecida y cansada por el tiempo, partió al mundo de hades.

“Dionisio, inconsolable, tomo su corona de oro y la arrojó hacía el cielo. A medida que la joya ganaba altura, las piedras se tornaban más y más brillantes, hasta que se trasformaron en estrellas. Fijada para siempre en lo alto del firmamento bajo la forma de una centelleante constelación, la corona de Ariadna testimoniaría para siempre, ante mortales e inmortales, el inmenso amor de Dionisio hacia la hermosa princesa cretense”. (1)

Las narraciones órficas significaban para los futuros iniciados el hilo de la fuente de los grades arcanos, el hilo de la verdad y la belleza, la epifanía del universo (2). Los mitemas de la narración están clasificados según la naturaleza de sus personajes.

Ariadna y el Minotauro (Lo imaginario)
Ariadna simboliza al sujeto parlante que desea, en su no-todo femenino. Desea como tal, porque se siente reconocida bajo el velo simbólico de la mujer, porque la naturaleza de su deseo, es el horror a lo real. El fantasma de lo imaginario, en el deseo, exige la existencia compulsiva de un objeto, que le permita ser parte del discurso parlante, y para que este pueda seguir existiendo en el sujeto, necesita que el objeto este permanentemente ausente. En términos de Lacan: No es el objeto lo que se desea…, sino la fantasía del objeto.

Es la fantasía del objeto el que le permite estar en su no-todo, el que le permite no sentirse a sí misma, y sobre todo, el significante perfecto de lo simbólico ante lo real. El laberinto de lo imaginario olvida por completo que existe un goce en ella, desesperado por encontrar a ese yo al cual no quiere temer. El goce, para la fantasía del objeto, no existe, o mejor dicho es anulada por el poder de realidad del objeto. El Minotauro representa a ese goce convertido en fantasía, en el laberinto de lo imaginario, y es precisamente el laberinto, el objeto de deseo de Ariadna.

Esa parte, que la hace toda, es el goce de lo real, denominado por el objeto de la fantasía como Minotauro: “El laberinto del….”. El fantasma de lo imaginario es el responsable del objeto de su deseo, y sin embargo, el objeto que condena a Ariadna a ser no-toda no es capaz de acabar con el Minotauro. La falta real de su yo, o mejor dicho, la falta real de su goce, la hace infeliz.

“Ten cuidado con lo que deseas, no por conseguirlo, sino porque estas condenado a no quererlo en cuanto lo consigas”. (3)

El laberinto existe en tanto exista el discurso del símbolo en lo imaginario. Representa al objeto de negación en el cual encierra su propio yo. El laberinto existe para la mujer, para depositar en ese objeto aquello que no le permita vivir según la fantasía del deseo. El laberinto permite que Ariadna no halle su goce; lo ve, lo siente, pero no se encuentra en él.

El hilo de Ariadna es el camino que recorre para encontrarse a sí misma. Él representa el deseo, no del objeto, sino del propio goce, en tanto sienta que exista algo más que su propio deseo. Es la “esperanza”, la misma que quedó en la caja de pandora cuando esta fue abierta por su poseedora; la esperanza de encontrarse y tener la plena seguridad de regresar; la esperanza de pertenecer, como una… a la realidad.

Teseo (Lo simbolico)
Teseo simboliza el objeto de la fantasía del deseo, hecha verbo. Representa el discurso Apolíneo de la propia Ariadna que se niega a lo real para existir en la realidad del objeto deseado; ya que para ella, él es la representación de la luz y la verdad en la tierra, capaz de liberar y purificar un espíritu deseoso de gozo.

Al matar al Minotauro, el héroe, también anulo por completo la fantasía del goce, y más aún acabo con el propio goce de Ariadna, transformando el sujeto real de lo que significa ser ella en objeto de deseo de su propia fantasía. Es a partir de la falta de un goce, que la hace toda ella, que se aferra, como objeto simbiótico, al destino que Teseo le tiene preparado. Ariadna dejo de existir, no porque no existiera en sí, sino porque su condición de mujer como escala absoluta y garantizadora de fantasías está escindida de sí misma. Ya que verbo solar es el discurso del deseo, Ariadna como ente real no tiene el mismo poder de realidad que Teseo.

“La tragedia de Apolo, siempre es la misma, vive persiguiendo incansablemente un ideal de belleza absoluta sin lograr alcanzarlo, pues muchas veces el encanto se pierde, intangible, ante la resistencia del mundo real”. (Civita, 1973)

Teseo es la representación del verbo solar, es decir, el discurso de Apolo puesto en el corazón de los mortales. Él representa el significante absoluto de la pureza y belleza sobre la tierra, y aquel que elija vivir bajo la luz del verbo, debe primero transmutar el deseo en goce. Esa es la lección verdadera que nos deja Apolo a lo largo de toda su historia, porque su vida en sí representa la búsqueda incansable de la luz y la verdad a través de la belleza. La tragedia de los mortales, y del mismo Apolo en un primer periodo, fue confundir el deseo pasional de adueñarse de lo puro y bello, con el goce de lo divino, manifiesto en la belleza y pureza del espíritu.

Dionisio (Lo real)
Representa el goce de lo real transmutado en cuerpo, alma y espíritu. Es el objeto de la fantasía de Ariadna que no sólo desea, sino también goza de ella. Él resucita al Minotauro de su goce y lo une a ella, encarnada en su mujer.

En lo real del goce existe la verdadera naturaleza del amor. Él nos despierta de la obsesiva fantasía del deseo, y nos hace dar cuenta que el hombre no es sólo un ente objeto de sus fantasías, sino la representación sublime del amor, hecha verbo.

“Más para creer en Dios la mujer necesita verlo vivir en el hombre, y para ello es preciso que el hombre sea iniciado. Sólo él por su inteligencia profunda de la vida, por su voluntad creadora, es capaz de fecundar el alma femenina, de transformarla valiéndose del ideal divino”. (Schuré, 1995)

Todo hombre debe tener despierto, el goce Dionisiaco, en su corazón. Él es la transmutación apolínea del Minotauro, que nos permite unirnos en pareja con la sagrada feminidad. La mujer se reconoce en él porque en él siente lo real de su naturaleza. Representa un medio de realidad para descender a lo real. El símbolo brinda el poder de realidad a lo real, y ella simboliza el espíritu divino que evoluciona a través de su propio universo.

“Los hombres son la carne y la sangre de Dionisio, y del vapor de su cuerpo han surgido las almas de los hombres que suben hacia el cielo. Cuando las pálidas sombras hayan alcanzado el corazón llameante del Dios, se encenderán como llamas, y Dionisio resucitara íntegramente, más vivo que nunca, en las alturas del Empíreo….Dios muere en nosotros; en nosotros renace”. (Schuré, 1995)

El Eterno Retorno
La naturaleza del mito es dar a conocer la esencia femenina (Sustancia) y masculina (Esencia) del universo. En la humanidad, la mujer representa a la naturaleza, ente generador de vida y espíritu, y el hombre, la semilla del amor fecundado en el goce femenino; es por ello que la imagen perfecta de Dios no es sólo el hombre, sino el hombre y la mujer. El eterno masculino y el eterno femenino gozan de la unión perfecta en el seno de Dios.

“Para producir todo lo que existe, el ser supremo se inmola a sí mismo, se divide para salir de su unidad. Dicho sacrificio es considerado, pues, como el punto vital de todas las funciones de la naturaleza”. (Schuré, 1995)

El concepto de Dios es algo que va más allá de la unión de la carne. Su espíritu divino fue representado por los Pitagóricos bajo dos revelaciones diversas de la misma divinidad. Dionisos significa nada menos que el espíritu divino del universo en evolución, y Apolo su manifestación en el hombre terrestre. Uno reinaba sobre los misterios del espíritu (Energía femenina), y el otro sobre los misterios del hombre (Energía masculina).

“Hay un desequilibrio fundamental, una distancia, entre nuestra energía psíquica denominada por Freud líbido (esa energía inmortal, inagotable, que persiste más allá de la vida y de la muerte), y la pobre realidad finita y mortal de nuestro cuerpo”. (Slajov, 2006) (4)

La naturaleza femenina, es considerada por los grandes iniciados de la historia, como el fuego del espíritu, que se forja por la fuerza del amor en su propia alma, porque en ellas yacen las llaves de la verdad del amor, del universo,...y de Dios.

“Ellas nos permiten comprender a la gran mujer: la naturaleza. Que su imagen sea santificada y que nos permita ascender por grados hasta la gran alma del mudo, que engendra, conserva y renueva; hasta la divina Cibeles, que arrastra el pueblo de las almas en su manto de luz.” (Pitágoras)








Notas:
(1) Fragmento extraído de la enciclopedia “Mitología grecoromana”.
(2) La epifanía o vista de lo alto, la autopsia o vista directa, la teofanía o manifestación de Dios, son otras tantas ideas correlativas o expresiones diversas para señalar el estado de perfección en el cual, el iniciado, que ha unido su alma a Dios, contempla la verdad total.
(3) Fragmento extraído del film The life of David Gale.
(4) Fragmento extraído del documental The pervert´s guide to cinema.

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