Naturaleza y Hechos de Dionisio

Robert Graves - Fragmento extraído del libro Mitos Griegos 


Por orden de Hera los Titanes se apoderaron del hijo recién nacido de Zeus, Dioniso, niño cornudo coronado con serpientes y, a pesar de sus transformaciones, lo desmenuzaron. Hirvieron los pedazos en una caldera, mientras un granado brotaba de la tierra donde su sangre había caído; pero salvado y reconstruido por su abuela Rea, volvió a la vida. Perséfone, a quien Zeus confió su cuidado, lo llevó al rey Atamante de Orcómenos y su esposa Ino, a quienes persuadió para que criasen al niño en las habitaciones de las mujeres, disfrazada de niña. Pero no se podía engañar a Hera, quien castigó al matrimonio real con la locura, de modo que Atamante mató a su hijo Learco confundiéndolo con un ciervo. 

Luego, por orden de Zeus, Hermes transformó temporalmente a Dioniso en un chivo o un morueco y lo regaló a las ninfas Macris, Nisa, Erato, Bromia y Bacque, del monte Nisa en el Helicón. Ellas cuidaron a Dioniso en una cueva, lo mimaron y lo alimentaron con miel, servicio por el cual Zeus colocó luego sus imágenes entre las estrellas con el nombres de las Híades. Fue en el monte Misa donde Dioniso inventó el vino, por el que se le celebra principalmente. 

Cuando llegó a la edad viril, Hera lo reconoció como hijo de Zeus, a pesar del afeminamiento a que lo había reducido su educación, y lo enloqueció también. Fue a recorrer el mundo entero acompañado por su preceptor Sueno y un ejército salvaje de sátiros y ménades, cuyas armas eran el báculo con hiedra enroscada y con una pina en la punta, llamada thyrsus, y espadas, serpientes y bramaderas que infundían el terror. Navegó rumbo a Egipto, llevando consigo el vino, y en Faros el rey Proteo lo recibió hospitalariamente. Entre los libios del Delta del Nilo, frente a Faros, vivían ciertas reinas amazonas a las que Dioniso invitó a marchar con él contra los Titanes y restablecer al rey Amón en el reino del que había sido expulsado. El triunfo de Dioniso sobre los Titanes y la restauración del rey Amón fue la primera de sus muchas victorias militares. 

Luego se dirigió hacia el este para ir a la India. Cuando llegó al Eufrates se le opuso el rey de Damasco, al que desolló vivo, pero construyó un puente sobre el río con hiedra y vid; después de lo cual un tigre, enviado por su padre Zeus, le ayudó a cruzar el río Tigris. Llegó a la India después de encontrar mucha resistencia en el camino, y conquistó todo el país, al que enseñó el arte de la vinicultura, dotándolo además de leyes y fundando grandes ciudades. 

 A su regreso se le opusieron las amazonas, a una horda de las cuales persiguió hasta Efeso. Unas pocas se acogieron en el Templo sagrado de Ártemis, donde sus descendientes viven todavía; otras huyeron a Samos y Dioniso las siguió en embarcaciones y mató a tantas que el campo de batalla se llama Panhaema. En las cercanías de Floco murieron algunos de los elefantes que había llevado a la India, y todavía se muestran allí sus huesos. 

Luego Dioniso volvió a Europa pasando por Frigia, donde su abuela Rea le purificó de los muchos asesinatos que había cometido durante su locura y le inició en sus misterios. A continuación, invadió Tracia, pero tan pronto como su gente desembarcó en la desembocadura del río Estrimón, el rey de los edonios, Licurgo, se le opuso salvajemente con un aguijón y capturó a todo el ejército, con excepción de Dioniso, quien se sumergió en el mar y se refugió en la gruta de Tetis. Rea, molesta por este descalabro, ayudó a los prisioneros a huir y enloqueció a Licurgo, quien mató a su propio hijo Driante con un hacha creyendo que cortaba una vid. Antes de que recobrara la razón comenzó a podar la nariz, las orejas y los dedos de las manos y los pies del cadáver, y toda la tierra de Tracia quedó estéril, horrorizada por su crimen. Cuando Dioniso, al volver del mar, anunció que esa esterilidad continuaría a menos que Licurgo fuese condenado a muerte, los edonios lo llevaron al monte Pangeo, donde unos caballos salvajes lo despedazaron. 

Dioniso no encontró más oposición en Tracia y se dirigió a su muy amada Beoda, donde visitó Tebas e invitó a las mujeres a que tomaran parte en sus orgías en el monte Citerón. Como a Penteo, rey de Tebas, le desagradaba el aspecto disoluto de Dioniso, lo arrestó, juntamente con todas sus Ménades, pero enloqueció y en vez de encadenar a Dioniso encadenó a un toro. Las Ménades volvieron a escapar y se dirigieron furiosas a la montaña, donde despedazaron a los terneros. Penteo trató de contenerlas, pero inflamadas por el vino y el éxtasis religioso le arrancaron un miembro tras otro. Su madre Agave encabezó el tumulto y fue ella quien le arrancó la cabeza. 

En Orcómenos las tres hijas de Minia, llamadas Alcítoe, Leucipe y Arsipe, o Aristipe, o Arsínoe, se negaron a participar en las orgías, aunque les invitó personalmente Dioniso, que se les apareció en la forma de una muchacha. Luego cambió de forma y se transformó sucesivamente en un león, un toro, y una pantera, y las enloqueció. Leucipe ofreció a su propio hijo Hípaso como sacrificio —había sido elegido echando suertes— y las tres hermanas, después de despedazarlo y devorarlo, recorrieron frenéticamente las montañas, hasta que por fin Hermes las transformó en aves, si bien algunos dicen que Dioniso las transformó en murciélagos. En Orcómenos se expía anualmente el asesinato de Hípaso en una fiesta llamada Agrionia («provocación al salvajismo») en la que las mujeres devotas simulan que buscan a Dioniso y luego, conviniendo en que debe estar ausente con las Musas, se sientan en círculo y proponen adivinanzas, hasta que el sacerdote de Dioniso sale corriendo de su templo con una espada y mata a la primera que alcanza. 

Cuando toda Beocia hubo reconocido la divinidad de Dioniso, éste recorrió las islas del Egeo difundiendo la alegría y el terror dondequiera que iba. Al llegar a Icaria descubrió que su barco era innavegable y alquiló otro a ciertos marineros tirrenos que simulaban dirigirse a Naxos. Resultó que eran piratas y, sin darse cuenta de que llevaban a un dios, se dirigieron al Asia, con el propósito de venderlo allí como esclavo. Dioniso hizo que brotara de la cubierta una vid que envolvió al mástil, mientras la hiedra se enroscaba en los aparejos; también transformó los remos en serpientes y él mismo se transformó en león, y llenó el barco con animales fantásticos y sonidos de flautas, de modo que los piratas aterrorizados se arrojaron por la borda y se convirtieron en delfines. 

Fue en Naxos donde Dioniso encontró a la bella Ariadna, a quien había abandonado Teseo, y se casó con ella inmediatamente. Ariadna tuvo con él a Enopión, Toante, Estáfilo, Latramis, Evantes y Taurópolo. Más tarde Dioniso puso su diadema nupcial entre las estrellas. 

De Naxos fue a Argos y castigó a Perseo, quien al principio le resistió y mató a muchos de sus seguidores, enloqueciendo a las mujeres argivas, que comenzaron a devorar crudos a sus hijos. Perseo se apresuró a confesar su error y aplacó a Dioniso construyendo un templo en su honor. 

Finalmente, después de establecer su culto en todo el mundo, Dioniso subió al Cielo y ahora se sienta a la derecha de Zeus como uno de los Doce Grandes. La modesta diosa Hestia, renunció a su asiento en la alta mesa en su favor, feliz de tener una excusa para eludir las reyertas por celos de su familia y sabiendo que siempre podía contar con una acogida tranquila en cualquier ciudad griega que le apeteciese visitar. Luego Dioniso descendió por Lerna al Tártaro, donde sobornó a Perséfone con el regalo de un mirto para que dejase en libertad a su madre difunta, Sémele, quien ascendió con él al templo de Ártemis en Trecén; pero, para que las otras ánimas no se sintiesen celosas y agraviadas, le cambió el nombre y la presentó a los otros olímpicos como Tione. Zeus puso un aposento a su disposición y Hera guardó un silencio airado, pero resignado.

Naturaleza y Hechos de Apolo

Robert Graves - Fragmento extraído del libro Mitos Griegos


Apolo, el hijo que tuvo Zeus con Leto, era sietemesino, pero los dioses se desarrollan rápidamente. Temis le alimentó con néctar y ambrosía y cuando amaneció el cuarto día pidió un arco y flechas, que Hefesto le proporcionó inmediatamente. Dejó Délos y se dirigió directamente al monte Parnaso, donde acechaba la serpiente Pitón, enemiga de su madre, y la hirió gravemente con sus flechas. Pitón huyó al Oráculo de la Madre Tierra en Delfos, ciudad llamada así en honor del monstruo Delfine, su compañero, pero Apolo se atrevió a seguirlo al interior del santuario y allí lo mató, junto al precipicio sagrado. 

La Madre Tierra informó de ese ultraje a Zeus, quien no sólo ordenó que Apolo fuese a Tempe para purificarse, sino que además instituyó los Juegos Píticos en honor de Pitón, los cuales debía presidir como penitencia. Sin alterarse en lo más mínimo, Apolo obedeció la orden de Zeus de ir a Tempe y, en cambio, fue a Agila para purificarse, acompañado de Ártemis; luego, como no le agradaba el lugar, se embarcó para Tarra en Creta, donde el rey Carmanor realizó la ceremonia.

Cuando regresó a Grecia Apolo fue en busca de Pan, el desacreditado y viejo dios arcadio de patas de cabra y, después de engatusarle para que le revelara el arte de la profecía, se apoderó del Oráculo de Delfos y retuvo a su servicio a su sacerdotisa, llamada la Pitonisa. 

Leto, cuando se enteró de ello, fue con Artemis a Delfos, donde se desvió para realizar cierto rito privado en una cueva sagrada. El gigante Ticio interrumpió sus devociones y trataba de violarla, cuando Apolo y Ártemis, al oír gritos, corrieron y mataron al gigante con una descarga de flechas, venganza que Zeus, el padre del gigante, tuvo a bien considerar piadosa. En el Tártaro atormentaron a Ticio extendiéndolo con los brazos y las piernas clavados a la tierra; la extensión que abarcaba no bajaba de nueve acres y dos buitres le comían el hígado. 

Luego Apolo mató al sátiro Marsias, acompañante de la diosa Cibeles. Así fue como sucedió: Un día Atenea hizo una flauta doble con huesos de ciervo y la tocó en un banquete de los dioses. No podía comprender al principio por qué Hera y Afrodita se reían silenciosamente tapándose el rostro con las manos, pues su música parecía complacer a los otros dioses; en consecuencia, se dirigió sola a un bosque frigio, tomó otra vez la flauta junto a un arroyo y contempló su imagen en el agua mientras tocaba. Inmediatamente se dio cuenta de lo ridícula que le hacía parecer el rostro azulado y los carrillos hinchados, por lo que arrojó la flauta y maldijo a quienquiera que la recogiera. 

Marsias fue la víctima inocente de esa maldición. Tropezó con la flauta, que tan pronto como se la llevó a los labios empezó a tocar por sí sola, inspirada por el recuerdo de la música de Atenea; recorrió Frigia con ella en el séquito de Cibeles, deleitando a los campesinos ignorantes. Éstos decían que ni Apolo mismo podía haber hecho mejor música, ni siquiera con su lira, y Marsias fue lo bastante insensato como para no contradecirles. Por supuesto, esto provocó la ira de Apolo, quien le invitó a un certamen en el que el vencedor podría imponer el castigo que quisiese al perdedor. Marsias accedió y Apolo eligió a las Musas como jurado. Los dos quedaron igualados, pues a las Musas les encantaban ambos instrumentos, hasta que Apolo le gritó a Marsias: «Te desafío a que hagas con tu instrumento lo que yo puedo hacer con el mío. Ponlo al revés y toca y canta al mismo tiempo.» 

Con una flauta eso era manifiestamente imposible y Marsias no logró hacer frente al desafío. Pero Apolo invirtió la lira y cantó himnos tan deliciosos en honor de los dioses olímpicos que las Musas no pudieron menos de sentenciar en su favor. Luego, a pesar de su supuesta bondad, Apolo se vengó cruelmente de Marsias: lo desolló vivo y clavó su piel a un pino (o, como dicen algunos, a un plátano), junto a la fuente del río que ahora lleva su nombre. 

Más tarde Apolo ganó un segundo certamen musical presidido por el rey Midas; esta vez venció a Pan. Convertido en el reconocido dios de la Música, desde entonces toca su lira de siete cuerdas durante los banquetes de los dioses. Otro de sus deberes fue en un tiempo el cuidado de los rebaños y manadas que tenían los dioses en Pieria, pero posteriormente delegó esta tarea en Hermes. 

Aunque Apolo se negaba a atarse con los lazos del matrimonio, dejó encinta a muchas ninfas y mujeres mortales, entre ellas Ftia, con quien engendró a Doro y sus hermanos; la musa Talía, con quien engendró a los Coribantes; Corónide, con quien engendró a Asclepio; Aria, con quien engendró a Mileto; y Cirene, con quien engendró a Aristeo. 

También sedujo a la ninfa Dríope, que guardaba los rebaños de su padre en el monte Eta en compañía de sus amigas las Hamadríades. Apolo se transformó en una tortuga, con la que jugaron todas ellas, y cuando Dríope la puso en su pecho se convirtió en una serpiente silbante que hizo huir asustadas a las Hamadríades, y entonces gozó a Dríope. Ésta le dio a Anfiso, quien fundó la ciudad de Eta y construyó un templo a su padre; allí actuó Dríope como sacerdotisa hasta que un día las Hamadríades la robaron y dejaron un álamo en su lugar. 

Apolo no fue siempre afortunado en el amor. En una ocasión trató de robarle Marpesa a Idas, pero ella permaneció fiel a su marido. En otra, persiguió a Dafne, la ninfa montañesa sacerdotisa de la Madre Tierra e hija del río Penco en Tesalia, pero cuando la alcanzó, ella llamó a la Madre Tierra, quien la hizo desaparecer justo a tiempo y se la llevó a Creta, donde llegó a ser conocida con el nombre de Pasífae. La Madre Tierra dejó un laurel en su lugar, con sus hojas Apolo hizo una guirnalda para consolarse. 

Hay que añadir que su atentado contra Dafne no obedeció a un impulso súbito. Hacía mucho tiempo que estaba enamorado de ella, y había causado la muerte de su rival Leucipo, hijo de Enómao, quien se disfrazó de muchacha y participó en las orgías montañesas de Dafne. Apolo se enteró de eso por adivinación y aconsejó a las ninfas de la montaña que se bañaran desnudas, para asegurarse así de que todas las que les acompañaban eran mujeres; la impostura de Leucipo se descubrió inmediatamente y las ninfas lo destrozaron. 

Eso fue también lo que sucedió con el bello joven Jacinto, príncipe espartano, de quien no sólo se enamoró el poeta Támiris —el primer hombre que cortejo a uno de su sexo—, sino también el propio Apolo, el primer dios que lo hizo. Para Apolo Támiris no resultó ser un rival serio; le oyó jactarse de que podía superar a las Musas en el canto y les informó de ello maliciosamente, por lo que ellas en seguida privaron a Támiris de la vista, la voz y su memoria para tañer el arpa. Pero el Viento del Oeste también se había encaprichado de Jacinto y se sentía locamente celoso de Apolo. Un día en que Apolo le estaba enseñando al muchacho a lanzar un disco, el Viento del Oeste se apoderó del disco en el aire, lo lanzó contra el cráneo de Jacinto y lo mató. De su sangre brotó la flor del jacinto, en la que se ven todavía sus letras iniciales. 

Apolo mereció la ira de Zeus sólo en una ocasión después de la famosa conspiración para destronarlo. Eso sucedió cuando su hijo Asclepio, el médico, cometió la temeridad de resucitar a un muerto y robar con ello un súbdito a Hades, quien, como es natural, presentó su queja en el Olimpo. Zeus mató a Asclepio con un rayo y Apolo, en venganza, mató a los Cíclopes. A Zeus le irritó la pérdida de sus armeros y habría desterrado a Apolo al Tártaro para siempre si Leto no le hubiera suplicado el perdón, comprometiéndose a que enmendaría sus costumbres. La sentencia se redujo a un año de trabajos forzados, que Apolo debía cumplir en los rediles del rey Admeto de Peres. Obedeciendo el consejo de Leto, Apolo no sólo cumplió la sentencia humildemente, sino que otorgó grandes beneficios a Admeto. 

Habiendo aprendido su lección, en adelante predicó la moderación en todas las cosas; las frases: «Conócete a ti mismo» y «Nada con exceso» estaban constantemente en sus labios. Trasladó a las Musas de su residencia en el monte Helicón a Delfos, suavizó su turbulento frenesí y las dirigía en sus danzas ceremoniosas y decorosas.

Hércules el Discípulo - El Mito

Alice Bailey - Fragmento extraído del libro Los Trabajos de Hércules

Él se irguió delante de su Maestro. Oscuramente comprendía que una crisis se había producido en él, conduciéndolo a cambiar de lenguaje, de actitud y plan. El Maestro lo miró y fue de su agrado. 

"¿Tu nombre?", le preguntó y esperó una respuesta. 

"HerácIes", llegó la respuesta, "o Hércules, me dicen que significa preciosa gloria de Hera, el brillo y esplendor del alma. ¿Qué es el alma, oh, Maestro? Dime la verdad". 

“Esa alma tuya la descubrirás a medida que hagas tu obra, y encuentres y uses la naturaleza que es tuya. ¿Quiénes son tus padres? Dime esto, hijo mío". 

"Mi padre es divino, yo no le conozco, excepto que, en mí mismo, sé que soy su hijo. Mi madre es terrenal. La conozco bien y ella me ha hecho como tú me ves. 

Asimismo, oh, Maestro de mi vida, soy también uno de los gemelos. Hay otro, parecido a mí. A él también le conozco bien, sin embargo no lo conozco. Uno es de tierra, por lo tanto terrenal; el otro es un hijo de Dios". 

"¿Qué hay de tu educación, Hércules, hijo mío? ¿Qué puedes hacer y cuánto te ha sido enseñado?”

"En todas las realizaciones yo soy experto; estoy bien enseñado, bien entrenado, bien guiado y soy bien conocido. Conozco todos los libros, también todas las artes y las ciencias; me son conocidos los trabajos del campo, además la destreza de aquellos que pueden permitirse viajar y conocer a los hombres. Me conozco a mí mismo como alguien que piensa, siente y vive". 

"Una cosa, oh, Maestro, debo decirte y así no engañarte. El hecho es que no hace mucho yo maté a todos aquellos que me enseñaron en el pasado. Maté a mis maestros, y en mi búsqueda de la libertad, ahora estoy libre. Busco conocerme a mí mismo, dentro de mí mismo y a través de mí mismo". 

"Hijo mío, eso fue un acto de sabiduría, y ahora puedes permanecer libre. Prosigue tu trabajo ahora, recordando como lo haces, que en el último giro de la rueda vendrá el misterio de la muerte. No olvides esto. ¿Qué edad tienes, hijo mío?” 

"Dieciocho veranos habían pasado cuando maté al león, y de ahí que usé su piel. Asimismo, a los veintiuno me encontré con mi desposada. Hoy estoy ante ti triplemente libre –libre de mis primitivos maestros, libre del temor al miedo y libre verdaderamente de todo deseo". 

"No te vanaglories, hijo mío, sino demuéstrame la naturaleza de esta libertad que tú sientes. Nuevamente en Leo, te encontrarás con el león. ¿Qué harás? Otra vez en Géminis, los maestros a quienes mataste cruzarán tu senda. ¿Los has dejado atrás realmente? ¿Qué harás? De nuevo en Escorpio, lucharás con el deseo. ¿Permanecerás libre, o la serpiente te encontrará con sus engaños y te derribará en tierra? ¿Qué harás? Prepárate para probar tus palabras y tu libertad. No te vanaglories, hijo mío, demuéstrame tu libertad y tu profundo deseo de servir". 

El Maestro se sentó en silencio y Hércules se retiró y enfrentó, el primer gran Portal. Entonces el que presidía que se sentaba en el Concilio de la Cámara del Señor, habló al Maestro y le ordenó llamar a los dioses para presenciar el esfuerzo e iniciar al nuevo discípulo en el Camino. El Maestro llamó. Los dioses respondieron. Vinieron y dieron sus dones a Hércules y muchas palabras de sabio consejo, conociendo las faenas que tenía por delante y los peligros del Camino. Minerva le entregó una túnica, tejida por ella misma, una túnica que se ajustaba bien, de rara y fina belleza. Él se la puso con triunfo y orgullo, regocijándose en su juventud. Tenía que probarse a sí mismo. 

Vulcano forjó para Hércules un pectoral de oro para proteger su corazón, la fuente de vida y fuerza. Este obsequio de oro era ceñido, y, así escudado, el nuevo discípulo se sentía seguro. Él tenía todavía que demostrar su fuerza. 

Neptuno llegó con un par de caballos y se los entregó, atraillados, a Hércules. Ellos venían directamente del lugar de las aguas, de rara belleza y probada fuerza. Y Hércules se alegró, pues él todavía tenía que probar su poder para conducir a los dos caballos. 

Con lenguaje agraciado y brillante ingenio llegó Mercurio, llevando una espada de raro diseño, que ofreció, en un estuche de plata, a Hércules. La ató en el muslo de Hércules, pidiéndole que la mantuviera afilada y brillante. "Debe dividir y cortar", dijo Mercurio, "y debe moverse con precisión y adquirida destreza". Y Hércules, con alegres palabras dio las gracias. Tenía todavía que demostrar su alardeada destreza. 

Con sonido de trompeta y el ímpetu de la marcha brillaba el carro del Dios Sol. Apolo llegó y con su luz y encanto alegró a Hércules, dándole un arco, un arco de luz. A través de nueve anchos Portales abiertos debe pasar el discípulo antes que haya adquirido suficiente destreza para estirar ese arco. Le tomó todo ese tiempo para acreditarse como el arquero. Sin embargo, cuando el don fue ofrecido, Hércules lo tomó, seguro de su poder, un poder todavía sin demostrar. 

Y así, se irguió equipado. Los dioses de pie alrededor de su maestro, y observando sus travesuras y su alegría. Él jugaba delante de los dioses, y mostraba sus proezas, alardeando de su fuerza. Repentinamente se detuvo y reflexionó largamente; luego dio los caballos a un amigo para que los sostuviera, la espada a otro y el arco a un tercero. Entonces, corriendo, desapareció dentro del bosque cercano. 

Los dioses esperaron su regreso asombrándose perplejos ante su extraña conducta. Del fondo del bosque él salió sosteniendo en alto un garrote de madera cortado de vigoroso árbol vivo. 

"Este es mi propio presente”, gritó, "nadie me lo dio. Puedo usar esto con poder. Oh, dioses, observad mis hazañas supremas”. Y entonces, y sólo entonces, el Maestro dijo: "Sal a trabajar".

Los Misterios de Eleusis

Eleusis emerge de la niebla del tiempo, oculta en el oscuro e incierto mundo del mito. La creencia común de todos los griegos fue que esta ciudad estaba conectada con las dos grandes diosas del panteón griego: Deméter y su hija Core. Y fue por ello bastante natural el dedicar a la diosa de la agricultura y la fertilidad, como una porción suya, la más famosa región para la agricultura del suelo de Ática, la llanura triásica. Fue así que estas dos divinidades fueron adoradas aquí desde el comienzo, y fue desde aquí que su culto se extendió más tarde para adquirir finalmente proporciones panhelénicas.

1. Los Misterios de Eleusis

2. Los 12 Trabajos de Heracles

3. Teseo y el Minotauro

Las 7 Profecias Mayas - Los Dueños del Tiempo

Los Chamanes Mayas dejaron sus visiones sobre una epoca que llamaron "El Tiempo de El No-Tiempo". Epoca que va desde 1992 al año de 2012, momento en el que detienen las ruedas de sus calendarios. Hablan de un tiempo de cambio acelerado para que la humanidad se ajuste a las condiciones de una Nueva Era.