L/a Mujer: El Rostro Escondido de Dios


A Calíope

Ciertamente existe un asunto, aún, inconcluso. Decir que podremos en algún momento esbozar su punto final, sería como tratar de encontrar la forma sincera de cómo empezarlo. Este inacabado dilema no encontrara un camino sólido por donde explorar en tanto sigamos hablando de lo mismo: "su todo"; en tanto estemos condicionados a la difícil tarea de asfixiar su verdad. La totalidad del mundo, para el hombre, es la totalidad misma del hombre. Este heraldo idilico es el mensajero de la palabra anónima que no hace más que vestir la desnudes de su propio juicio, que desde sus inicios lleva delirante el discreto secreto de su propia reinvención.

Dios y la Religión Freud creía que la cosmovisión del hombre parte de su sexualidad, de aquella misma que dio origen a la religión. Para Freud, la religión nació de la conciencia de la culpabilidad de los hijos asesinos (lucha por el poder en la horda) como una tentativa de apaciguar este sentimiento y de buscar una conciliación con el padre. Asimismo, afirmo que todas las religiones posteriores son intentos de solucionar el mismo problema, intentos que varían de distintas formas según el contexto en el que son establecidos, pero que en el fondo, no son mas que el reflejo de reacciones orientadas al magno y terrible suceso con que se inicia la civilización.
Para Nietzsche el tema de Dios y la cosmovisión del hombre no son más que el mismo e inconciente reflejo de una sociedad en decadencia. La pregunta universal que se formula Nietzsche para llegar a dicha conclusión es qué o quién es lo que provoca que el ser humano quiera negarse a si mismo, hasta al punto de sentirse en la plena necesidad de tener que rechazar su condición como ser instintivo. La respuesta a todo ello se justifica en el mismo “instinto” de superación, aquella que como proceso y etapa final mantiene eternamente confinado a su propio creador. Para circunscribir un tema meramente humano, Nietzsche retoma dos conceptos griegos que ayudan a introducirnos a la raíz del asunto: Lo Apolíneo y lo Dionisíaco (1).

El concepto Apolíneo deriva del propio instinto estético. Representa la bella apariencia, la luminosa claridad, lo racional, aquella imagen onírica que parte de una totalidad ordenadora, que nos arranca de la real para evitar su propio horror. Los griegos al representar esta cosmovisión del mundo por intermedio del Dios Apolo, también representaron, en esencia, los pilares fundamentales de la serenidad y el elegante equilibrio. Muy por el contrario, el instinto Dionisiaco descansa sobre el lecho de la embriaguez y el éxtasis. Representa el estallido de los instintos primaverales, la ruptura del principium individuationis, lo universal natural,… lo real.

Tanto para Freud como para Nietzsche, Dios representa, o mejor dicho, refleja, el proceso del orden simbólico de la dialéctica entre lo Apolíneo y lo Dionisiaco; lo libidinal y lo cultural; el ser… o no ser. Entonces, si reformulamos la pregunta de Nietzsche en ¿Qué es lo que impulsa al instinto Apolíneo hacia la búsqueda desesperada de un orden simbólico? Encontraremos como única respuesta “el coqueteo delirante de la propia embriaguez, el éxtasis, la libido, lo sexual, lo natural,… lo real". A nuestro parecer, Apolo no hace más que representar de una forma más universal el concepto totémico de Freud, no pudiendo en ningún momento desligarse de lo Dionisiaco, cuya verdad ya hace manifiesta bajo el velo del tabú: Lo sexual.

“Para poder vivir, tuvieron los griegos que crear, por una necesidad hondísima, estos dioses: Esto hemos de imaginarlo sin duda como un proceso en el que aquel instinto apolíneo de belleza fue desarrollado en lentas transiciones, a partir de aquel originario orden divino titánico del horror, el orden divino de la alegría… ¡y he aquí que Apolo no podía vivir sin Dionisio! ¡Lo titánico y lo bárbaro eran, en última instancia, una necesidad de igual trascendencia… ” (Nietzsche; 1871)

Acerca del hombre
El hombre ciertamente le teme a lo que, por desdicha o virtud, desconoce. Le teme, y no encuentra nada a su alrededor, del todo, que lo consuele; le teme, y su horror/error lo empuja a la instintiva tarea de escapar; a la misma tarea Apolínea de “Maquillar su realidad”. En su génesis, el hombre es arrastrado a la búsqueda delirante de ese algo que lo apacigüe, que lo abstraiga, que sea objeto de su deseo; ese algo que por una cuestión de mediatez, o simple causalidad, se denomina falo. El despliegue titánico de la fantasía en lo sexual, ha provocado que este concepto vaya ganando un poder de realidad único; un poder sintetizado en el significante paradigmático de lo estructurado; un símbolo donde gozar, o sencillamente... un símbolo donde refugiarse. El hombre sabe perfectamente donde encontrar el objeto de su deseo, en el poder de lo estructurado; en aquello que se encuentre dentro de los limites de su territorio, motivo por la cual es empujado de una forma compulsiva a escapar de aquello que precisamente no tiene identificación fálica.

“¡Teseo, hijo de Egeo, rompes tus promesas! ¡¡¡Traidorrr!!!
Me alejaste de los altares de mi familia y la sangre de mí hermano
mancha mis manos. Te has llevado la cabeza de la pobre bestia,
pero también mi corazón ¡¡¿¿Me oyes??!!¡¡¡Mi corazónnn…!!!
Maldigo tu nacimiento y maldigo el amor que sentí por ti.
Dioses que lo veis todo, oíd mi llanto, ved mis lagrimas,
caiga el cielo sobre él, lo ahogue la mar, le trague la tierra
¡¡¡Por haberme abandonadooo…!!!!!” (2)

Sobre lo femenino
El orden simbólico, en tanto sea símbolo, representa lo masculino. Siendo el falo el primer significante, la feminidad como categoría cultural no tiene el mismo poder de realidad que la masculinidad. Si el hombre representa a lo Apolíneo, como ente categorizador de lo estético, la mujer representa a lo Dionisiaco, como el éxtasis embriagante de lo real; y lo real para la humanidad nace de lo sexual.
Para Bruckner, las diferencia de los sexos es la diferencia de los cuerpos. Mientras el hombre centra su placer en la fantasía genital, la mujer hace de su placer una experiencia total. Su caracter iconoclasta se expresa en esa sensación de expanción y deleite corporal, del cual se embriaga la turbulencia no discursiva de sus propios impulsos. En ella los signos del goce son de naturaleza entera, y hasta cierto punto inciertas. El placer del cuerpo femenino fluye por senderos desdeñados de donde lo infinito y lo inestable determinan su capacidad para el goce.

"Las mujeres tiene el privilegio del goce porque los hombres tiene la maldición de la descarga... Los espasmos de la amada no tiene la certidumbre rudimentaria del semen viril... y ella, no dice otra cosa que esto: Yo no estoy donde tú estas, yo naufrago donde tú no te estremeces, no tendrás visión clara ni percepción neta de mi, pues yo no soy nada en los términos que tu puedes entender..." (Bruckner; 1979)

Lacan formulaba que la mujer es el "rostro escondido de Dios”, al referir de que la génesis de Dios, es a la vez, el soporte de lo real. La naturaleza femenina, expresa en esencia el grito primal de la humanidad, que como tal, no pertence al orden consciente de la estructura cultural. Su verdad le fue negada por el poder simbolico del ensueño. Ante lo real del horror, el cuerpo siente, y es esa sintonía la que le permite actuar sobre sí. El hombre existe en tanto lo simbolico lo arranque de lo real; en tanto para él exista un "a partir de...". La mujer, sólo existe para lo real, mas no para ella misma, en tanto ese "ella misma" represente lo simbolico. Al no encontrar en "ella misma" un medio inmediato de refugio ante lo real , se aferra a la esctructura Apolinea de lo Masculino. El deseo del objeto del otro es fuente de alivio para lo femenino. Esa constante dialectica, de lo real y lo simbolico, hace que lo masculino tanto como lo femenino se complementen. El hombre aventurero dispuesto a colonizar lo que para él es inconquistable; y la curiosa mujer ...dispuesta a creer en los cuentos cautivantes del viejo mundo. El hombre la envidia, porque ella es real, total, dionisiaca. Porque en el fondo su naturleza apolinea no le permite gozar como gozan las mujeres.

Lo real no siempre es lo verdadero, y lo verdadero no siempre es lo real. Esa es la dicotomía que catectiza y forcluye los paradigmas masculinos y femeninos. Son parte del todo en tanto su génesis de este todo exista como un proceso. Es a travez de los registros Lacanianos (Real-Imaginario-Simbólico) que exponemos el proceso significante de la concepción del mundo.

En el gráfico ubicamos lo imaginario como un ente catectizante entre lo real y lo simbolico; aquel que permite, sumado a lo anterior, formular conceptos trascendentales como el amor, Dios o la religión. La alquimia suplementaria de ambos paradigmas (Real-Simbolico) define y particulariza el origen de la sexualidad. La naturaleza femenina encuentra la cuna de su expresión en el sentir dionisiaco, mientras que la masculinidad como tal, reformula su naturaleza en el discurso estructurante de lo Apolineo.

Conclusiones
  1. El concepto universal de Dios deriva del "proceso" cultural de la humanidad. Su eterna dialectica exige la existencia de los tres registros de la estructura dinamica del sujeto: Lo real, lo imagnario y lo simbolico; en ellos hubicamos el concepto supremo, como proceso final, en el mayor rango opuesto a lo real.
  2. Tanto la masculinidad como la feminidad presentan una naturaleza complementaria. Su proceso expresa los conceptos fundamentales de nuestra sociedad, la cual exige, bajo los paradigmas preestablecidos, un orden de evolución.
  3. La naturaleza masculina se erige dentro del paradigma de lo estructurado; aquello que precisamente requiere de un orden dentro del primer significante.
  4. El carácter femenino parte de su yo real, que nos es igual al poder de realidad masculino (Su diferencia es paradigmatica). Su propio instinto de consevación produce el deseo compulsivo de aferrarse a la masculinidad como único medio inmediato de escapar al horror de lo real.

Nota:
(1) Nietzsche hace una interpretación que va más allá de su significado ordinario, considerando que con estas figuras míticas los griegos representaban una dimensión fundamental de la existencia (Un modo de estar ante el mundo) .
(2) Fragmento extraído del guión de Jim Henson: “The Storytellers".

3 comentarios:

IRMA REGINALDO dijo...

QUE BIEN QUE HAYAS VISITADO MI BLOG SALUDOS, TUS ESCRITOS SON FILOSOFICAS BIEN HECHO.
ABRAZOS IRMA

Unknown dijo...

Lalo no tienes mejores cosas que hacer que dedicarme cosas, jaja
Gracias

Anónimo dijo...

Felicitacionjes Eduardo, tu trabajo muy bueno, como siemre; y como siemre cada vez que escucho o leo algo tuyo termino por romperme la cabeza.