Teogonía

Por: Edouard Shuré(1)

Pitágoras tenía la costumbre de impartir sus enseñanzas en el templo de las Musas. Los magistrados de Crotona lo habían hecho construir, a su expreso pedido y según sus indicaciones, muy cerca de su morada, en un jardín cerrado. Sólo los discípulos del segundo grado penetraban allí con el maestro.

En el interior de ese templo circular veían se las nueve Musas en mármol. De pie, en el centro, vigilaba Hestia, solemne y misteriosa, envuelta en un velo. Con su mano izquierda protegía la llama de un hogar; con la derecha señalaba el cielo. Entre los griegos como entre los romanos, Hestia o Vesta es la guardiana del principio divino presente en todas las cosas. Conciencia del fuego sagrado, tiene su altar en el templo de Delfos, en el Pritaneo de Atenas y en el lugar más humilde. En el santuario de Pitágoras simbolizaba la ciencia divina o central de la Teogonía. A su alrededor las musas esotéricas llevaban, además de sus nombres tradicionales y mitológicos, el de las ciencias ocultas y las artes sagradas, cuyo cuidado les estaba confiado. Urania encarnaba la astronomía y la astrología; Polimnia, la ciencia de las almas en la otra vida y el arte de la adivinación; Melpómene, con su máscara trágica, la ciencia de la vida y de la muerte, de las transformaciones y de los renacimientos. Esas tres Musas superiores constituían en conjunto la cosmogonía o física celeste. Calíope, Clío y Euterpe presidian la ciencia del hombreo psicología con sus artes correspondientes: Medicina, magia, moral. El último grupo: Terpsícore, Erato y Talía, abarcaba la física terrestre, la ciencia de los elementos, de las piedras, las plantas y los animales.

Así, desde el comienzo, el organismo de las ciencias, calcado sobre el organismo del universo, aparecía ante el discípulo en el círculo viviente de las Musas iluminadas por la llama divina.

Después de haber conducido a sus discípulos hasta ese pequeño santuario, Pitágoras abría el libro del verbo y comenzaba su enseñanza esotérica.

“Esas Musas, decía, no son más que las efigies terrestres de las potencias divinas cuya inmaterial y sublime belleza contemplareis en vosotros mismos. Así como ellas observan el fuego de Hestia, del cual emanan y que les da el movimiento, el ritmo y la melodía, de la misma manera debéis sumergiros en el fuego central del universo, en el espíritu divino, para expandirlos con él en sus manifestaciones visibles. ” Entonces, con gesto poderoso y atrevido, Pitágoras arrebataba a sus discípulos del mundo de las formas y las realidades; borraba el tiempo y el espacio y los hacía descender con él a la gran Mónada, en la esencia del Ser increado.

(1) Fragmento extraído del libro “Los grandes iniciados”.

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