Versos Dorados de Pitagoras

Por: Fabre-d’Olivet
Los antiguos tenían la costumbre de comparar con el oro todo lo que juzgaban sin defectos y bello por excelencia: así, por la Edad de oro entendían la edad de las virtudes y de la dicha; y por los Versos dorados, los versos en los que la doctrina más pura estaba encerrada (1). Atribuían constantemente estos Versos a Pitágoras, no porque creyesen que este filósofo los hubiese compuesto él mismo, sino porque sabían que aquel de sus discípulos de quien eran obra había expuesto la exacta doctrina de su maestro, y los había basado todos en máximas salidas de su boca (2). Este discípulo, recomendable por sus luces, y sobre todo por su vinculación a los preceptos de Pitágoras, se llamaba Lisis (3). Tras la muerte de este Filósofo, y cuando sus enemigos, momentáneamente triunfantes, hubieron llevado a cabo en Crotona y Metaponto esa terrible persecución que costó la vida a tan gran número de Pitagóricos, aplastados bajo los escombros de su escuela incendiada, o forzados a morir de hambre en el templo de las Musas (4), Lisis, que felizmente había escapado a estos desastres, se retiró a Grecia, donde, queriendo difundir la secta de Pitágoras, a la cual se esforzaban en calumniar los principios, creyó necesario redactar una especie de formulario que contuviese las bases de la moral, y las principales reglas de conducta dadas por este hombre célebre. Los Versos filosóficos que he tratado de traducir en francés los debemos a ese gesto generoso. Estos Versos, llamados dorados por la razón que he dicho, contienen el sentir de Pitágoras, y son todo lo que nos queda verdaderamente auténtico concerniente a uno de los más grandes hombres de la antigüedad. Hierocles, que nos los ha transmitido con un largo y sabio Comentario, asegura que no contienen, como se podría creer, el sentir de un particular, sino la doctrina de todo el corpus sagrado de los Pitagóricos, y como el grito de todas las asambleas (5). Añade que existía una ley que ordenaba que cada uno, todas las mañanas al levantarse, y todas las tardes al acostarse, leyera estos versos como los oráculos de la escuela pitagórica. Vemos, en efecto, por diversos pasajes de Cicerón, de Horacio, de Séneca y de otros escritores dignos de fe, que esta ley era aún puntualmente ejecutada en tiempos de éstos (6). Sabemos, por el testimonio de Galeno, en su tratado del Conocimiento y de la Cura de las enfermedades del Alma, que él mismo leía todos los días, mañana y tarde, los Versos de Pitágoras; y que después de haberlos leído, los recitaba de memoria. Además, no quiero omitir que Lisis, que es el autor de esta obra, obtuvo tanta celebridad en Grecia, que mereció llegar a ser el maestro y el amigo de Epaminondas (7). Si no vinculó su nombre a esta obra, es porque en la época en la que escribió subsistía aun la antigua costumbre de considerar las cosas y no los individuos: se ocupaba de la doctrina de Pitágoras, y no del talento de Lisis que la daba a conocer. Los discípulos de un gran hombre no tenían otro nombre sino el de éste. Todas sus obras le eran atribuidas. Esta es una observación bastante importante que hacer, y que explica cómo a Vyasa en la India, a Hermes en Egipto, a Orfeo en Grecia, se les ha supuesto los autores de tal multitud de libros, que la vida de varios hombres no hubiese bastado para leerlos.

PREPARACIÓN
Rinde a los dioses inmortales el culto consagrado
y guarda tu fe. Reverencia la memoria
de los héroes bienhechores, de los espíritus semidioses

PURIFICACIÓN
Sé buen hijo, hermano justiciero, esposo tierno y buen padre
Escoge por amigo al amigo de la virtud
Cede a sus buenos consejos, que su vida te instruya,
y por un pequeño agravio no lo abandones jamás .
Si tú lo puedes a lo menos, pues una ley severa
junta el Poder con la Necesidad
te es dado empero combatir y vencer
tus locas pasiones; aprende a domarlas
Sé sobrio, activo y casto; evita la cólera.
En público, en privado, no te permitas jamás
algo malo, y sobre todo respétate a ti mismo.
No hables y no obres sin haber reflexionado.
Sé justo.
Recuerda que un poder invencible
ordena morir; que los bienes, los honores
fácilmente adquiridos se pierden fácilmente.
En cuanto a los males que consigo lleva el destino
tómalos por lo que son: sopórtales y trata
en cuanto puedas de suavizar sus golpes
Los dioses no han entregado los sabios a los más crueles
Tanto como la verdad, el error tiene sus amantes.
El filósofo aprueba o censura con prudencia
y si el error triunfa, se aleja, espera
Escucha y graba bien en tu corazón mis palabras
Cierra el ojo y la oreja a la prevención.
Teme el ejemplo ajeno, piensa después por ti mismo
Consulta, delibera y escoge libremente
Deja los locos obrar sin finalidad y sin causa
Debes en el presente contemplar el porvenir.
Lo que tu no sabes no pretendas hacerlo
Estudia: todo lo consigue la constancia y el tiempo
Cuida tu salud: otorga con medida
los alimentos al cuerpo, el descanso al espíritu.
Muchos cuidados o demasiado pocos debe evitarse, pues la envidia
se une igualmente a uno y otro extremo.
El lujo y la avaricia tienen parecidas consecuencias
Se debe elegir en todo un medio justo y bueno

PERFECCIÓN
Que jamás el sueño cierre tus párpados
sin que te hayas preguntado: ¿qué cosa he omitido? ¿qué hice yo?
Si es malo, déjalo. Si es bueno, persevera.
Medita mis consejos; ámalos, síguelos todos.
A las divinas virtudes te podrán conducir
Lo juro por aquel que grabó en nuestros corazones
la Tétrada Sagrada, inmenso y puro símbolo
fuente de la naturaleza y modelo de los dioses
Pero ante todo, que tu alma, fiel a su deber
invoque con fervor estos dioses, cuya ayuda
sólo puede concluir las obras que comenzaste
Instruido por ellos, nada entonces te engañará.
De los diferentes seres escrutarás la esencia.
De todo conocerás en principio y el fin.
Si el cielo lo quiere sabrás que la naturaleza,
semejante en todas las cosas, es la misma en todo lugar
de suerte que, ilustrado sobre tus verdaderos derechos
tu corazón ya no se saciará con vanos deseos.
Tú verás que los males que agobian a los hombres
son el fruto de su elección, y que estos desdichados
buscan lejos de ellos los bienes cuyas fuentes llevan.
Pocos saben ser felices: juguetes de las pasiones,
alternativamente sacudidos por olas contrarias,
sobre un mar sin orillas, ruedan, cegados,
sin poder resistir ni ceder al huracán.
¡Dios! Los salvaríais quitándoles sus ilusiones...
mas no; es de los humanos cuya razón es divina
discernir el error, de ver la verdad
La naturaleza les sirve. Tú que la comprendiste
hombre sabio, hombre feliz, respira en el puerto.
Pero observa mis leyes, absteniéndote de las cosas
que tu alma debe temer, distinguiéndolas bien.
Dejando la inteligencia reinar sobre el cuerpo
a fin de que, elevándote en el radiante Éter
en el seno de los inmortales, tú mismo seas un Dios.




Notas:

1. Hierocles, Comment. in Aur. carm. Prœm.
2. Fabricio, Bibl. grœc. p. 460. Dacier, Remarq. sur les Comment. d’Hiéroclès.
3. Jámblico, de Vitâ Pythag. c. 30 y 33. Plutarco, de Gen. Socrat.
4. Plutarco, de Repug. stoïc. Diógenes Laercio, L. VIII, §. 39. Polibio, L.
5. Hierocles, Aur. carm. v. 71.
6. Véase Dacier, Remarq. sur les Comment. d’Hiéroclès.
7. Plutarco, de Gen. Socrat. Ælian. Var. Hist. L. II, c. 7.

No hay comentarios: