En el Templo de las Musas

Por: Josefina Maynadé (1)

En la semipenumbra del Templo, las estatuas de las nueve Musas, erguidas sobre sus pedestales, parecían dar la bienvenida a los pitagóricos reunidos en su morada, acogidos en torno a sus imágenes.

Tras ellos aparecía en el sagrado recinto Pitágoras vestido con alba túnica y seguido de algunos de sus discípulos más avanzados. El Maestro se situaba en el centro, a los pies de Hestia, la diosa velada, frente al ara sobre la que ardía una pira. Entonces los discípulos que lo acompañaban formaban estrecho círculo en torno a la diosa central, detrás y a ambos lados del Maestro. De pie, erguido y majestuoso, elevaba Pitágoras la noble faz iluminada desde abajo por los ígneos reflejos de la llama, concentrándose unos momentos daba comienzo, con voz queda y pausada, a sus palabras de bienvenida a los alumnos del tercer grado.

Aquella plática era a la par una exaltación del misterio teofánico o sea, una exaltación del elemento divino actuante en nuestras vidas y un programa anticipado de las actividades que aguardaban a los jóvenes advenidos.

Os halláis desde este momento – comenzaba - bajo el amparo y la guía directa de las diosas. Ante vosotros irán cayendo, uno tras otro, los velos que las cubren a vuestra comprensión. En su nombre, pues, os recibo en este santuario. Que bajo su divina advocación os sea propicia esta nueva etapa del sendero. Hestia, la guardiana del fuego del hogar para los profanos será para vosotros, desde ahora, la encarnación del espíritu del fuego cósmico, la vida del universo manifestada como poder maternal, providencial y benéfico en vuestras vidas de incipientes conocedores de sus misterios. A ella invocaréis en vuestras preces conscientes, ya que ella completa y resume la década divina, con las nueve Musas aquí presentes.

La Musa Tácita es a manera de doble velado de Hestia. Si aquélla era el silencio, ésta representa la lengua de llama, el verbo puro, la palabra operante como fuerza viva del pensamiento. Para vosotros, purificados en el silencio y ejercitados en la palabra consciente, Hestia representa el culto que debéis a toda forma de actividad creadora y purificadora. Tal es el símbolo de este fuego cuya llama nos ilumina. Como la madre del mundo vela sobre este fuego, debéis velar en vosotros mismos el símbolo de la llama eterna: la sabiduría como poder y como elemento de pureza.

Mis periódicas enseñanzas os darán sólo el germen de esta facultad creadora que está en vosotros y que debe iluminarse por la intuición. En esta cualidad se resume la doble actividad que tendrá lugar en cada uno de vosotros en el actual estadio de vuestro desenvolvimiento. Ella representa el punto sutil de convergencia entre la ascensión mental a las ideas abstractas y el descenso de la aportación divina. Para ello son necesarias dos cosas: el conocimiento y la adoración aspectos activo y pasivo de la Teofanía. Desde ahora os rodean, no ya las imágenes de las Musas que veis con vuestros ojos físicos en este recinto, sino su espíritu, su verdad esotérica y sin forma.

Si para la vulgaridad de los hombres, Urania es la encarnación del cielo que vemos, con sus maravillosos fenómenos, sus estrellas y sus rotaciones, para vosotros será la ciencia que enseña los influjos de estas estrellas y de estos fenómenos sobre el carácter y la idiosincrasia de los hombres, sobre sus destinos y posibilidades de transmutación a lo superior, siguiendo su propia tónica.

Si se tiene a Erato, la diosa coronada de mirtos y de rosas, por la Musa de la poesía lírica, erótica o amorosa, para vosotros será el amor como ley de las afinidades electivas, de las corrientes universales de la simpatía. Ella sellará altamente vuestros sentimientos, llenará de amor y de dulzura vuestros pensamientos y vuestras palabras. Eliminará toda sombra de odio en vuestros corazones aún en sus más sutiles y engañosas formas y os enseñará a amar todas las cosas y a todos los seres hasta que sus cándidos atributos florezcan en pureza en vuestra aura.

Si Clío es la Musa de la historia para los profanos, para vosotros será en adelante la gran mentora de la evolución del hombre y de la humanidad, la registradora de las experiencias atesoradas de los ciclos de civilización a través de la filosofía de los acontecimientos colectivos.

Si se considera a Polimnia la deidad de la persuasión y la retórica, para vosotros será la dadora del poder mediante el himno y el oficio religioso de la palabra a través del misterio inspirativo como agente del bien y de la verdad. Será, pues, la palabra plasmadora de los espíritus, la acción mediadora del genio.

Si Melpómene se considera vulgarmente la Musa de la tragedia, vosotros la consideraréis la alumbradora espiritual, la purificadora por la acción del dolor como acicate de perfeccionamiento, como algo transitorio con que enmascara la vida como vehículo de mayor adelanto y comprensión, como estímulo para la compasión ajena.

Si Euterpe es, exotéricamente, la divina encarnación de la música y del placer que procura, para vosotros será la mentora de la armonía como ley del espíritu, aquella que dirige la música de las esferas y que al encarnarse en nosotros, nos enseña a vivir de acuerdo con la ley compensativa, en equilibrio la acción y la reacción, la causa y el efecto. Que no otra cosa es la armonía como ética universal.

Si Calíope se considera la musa de la poesía heroica, para vosotros será la señora del poema de vuestra propia conducta, elaborada en el ideal de la escuela al sumarse al gran canto de la vida. Merced a ella, se os hará perceptible el significado rítmico de todo sueño, de toda aspiración y acontecimiento, la vida como alta e iluminadora poesía.

Si Terpsícore preside la danza de los cuerpos, presidirá en vosotros el orden de vuestros pensamientos, de vuestras emociones y de vuestros actos, la danza de significados cósmicos, en el juego de una acción completa y perfecta.

Y por fin, si Talía, la floreciente, gobierna para el común de las gentes la comedia, para vosotros representará el deber constante de la alegría, la capacidad de objetivizarnos a nosotros mismos como actores en la escena de la vida, enseñándonos a representar gozosamente el papel que os ha asignado el gran Autor que todo lo crea, administra y gobierna.

Del mismo modo que ahora se van desvelando ante vuestros ojos internos estos dulces atributos que son las Musas, todas las leyendas y mitos de la religión se les irán revelando poco a poco a medida de vuestro adelanto y comprensión de su esotérico significado progrese en los cursos que les esperan. Y así, algún día descubrirán en ustedes mismos la deidad secreta, el ente divino que subyace dormido en lo profundo de nuestro ser interno y que tendrán que despertar. A medida que se vayan conociendo, esta deidad íntima se irá manifestando; en ello subyace la gran finalidad de la existencia, he aquí el fin de la filosofía.

(1) Fragmento extraido del libro "La vida Serena de Pítagoras"

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